En contra de
mis principios, estoy dispuesto a votar si, para las elecciones del 20 de
diciembre, el candidato a presidente por el partido popular fuera el niño de
Rajoy.
¿Y por qué?
Porque el niño
de Rajoy dice lo que piensa y no lo que si, por un casual improbable lo dijera
su padre, no lo votarían ni para jardinero de La Moncloa.
Lo más notable
es que el niño de Rajoy dijo lo que dijo (que los comentarios de un comentarista deportivo allí presente
eran “bastante mejorables, una basura”), en plena campaña electoral de su
padre.
De hecho, un
político está permanentemente en campaña electoral porque lo que hace y dice
nunca lo determina lo que deba decir y hacer sino lo que lo ayude a ser electo
o reelecto.
La vida normal
de un profesional de la política es mucho más sacrificada que la de un cómico,
que solo tiene que ser quien no es durante la hora y media qur dura la función.
El político actúa desde que abre los ojos hasta que los cierra y, algunos,
hasta fingen durmiendo.
Pero no se sabe
por qué, en los quince dias previos a las elecciones (durante la campaña
electoral), los políticos se esfuerza todavía más en ocultar lo que son, para
parecer lo que los votantes quisieran que fueran.
En unos días,
coincidiendo con el comienzo oficial de la campaña electoral, los aspirantes a
que los elijan harán durante dos semanas el ensayo general con todo para que
los catetos confundan su villanía natural con su caballerosidad artificial.
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