Esto de que los
ajusticiados puedan escoger al verdugo que los ajusticie, ¿en qué beneficia al
decapitado?
Tanto como a
los gobernados a los que se da la oportunidad de decidir quén va a gobernarlos.
¿Qué más da que
el que mande lo haga porque previamente se ha cargado a los que le disputaban
el mando o porque, prometendo que hará lo que le manden, hará lo que le convenga
para seguir mandando?
Ahí tienen al
impulsivo Mariano Rajoy: de boquilla promovió una alianza teórica con sus
rivales políticos para que no se aprovecharan de una posible pérdida de votos
si, como jefe del ejecutivo, asumiera la responsabilidad de hacer lo que
cereyera que debería hacer.
Demasiado
arriesgó Rajoy, o eso ha debido pensar, cuando el gobierno francés le pide que
cumpla lo que de boquilla le habia prometido: colaborar activamente en la lucha
contra el terrorismo islámico.
El prudente
Mariano, rectificando su inoportuno ofrecimiento, lo ha matizado: ayudará no
cuando haga falta, sino cuando no perjudique a sus pretensiones de ser reelegido.
Así que lo que
los terroristas y Francia deberían hacer es
acordar una tregua hasta después de que el jefe del poder ejecutivo
español Mariano Rajoy sea reelecto el 20 de diciembre.
Así entienden
los políticos de ésta peculiar democracia española la martingala que han
montado.
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