Explican los
que saben de lo que hablan que ésta Tierra en la que vivimos es como una
cebolla: capas superpuestas alrededor del compacto pedúnculo floral que, en el
caso del planeta, llaman núcleo.
A una
profundidad de entre 250 y 600 kilómrtros de su superficie se localiza la
antepenúltima capa de la tierra-cebolla conocida por astenósfera y, por encima de
ella y por debajo de la superficie que pisamos, la placa tectónica, escindida
en fallas que permanentemente se reacomodan.
Cuando el choque
del reajuste es violento, se producen terremotos que pueden, o no, modificar la
configuración paisajística del manto en el que vive el hombre.
Pues la cebolla-tierra
es como la sociedad humana: su orientación filosófica y política se manifiesta
de acuerdo a la violencia del reacomodo que, en sus capas más profundas, la humanidad
haya experimentado.
Una de esas
trasformaciones la provocó la bomba atómica. Hasta entonces las tensiones acumuladas
por la convivencia entre los pueblos tenía como válvula de escape la guerra: si
un país o grupo de paises no aguntaban más a otro pais o grupo de paises, se echaban
una guerra.
Pero desde que
tiraron la primera bomba, los paises siguen guerreando de vez en cuando, pero sólo
para aliviar tensiones localizadas con guerras dentro de sus propios
territorios, y que no se propaguen a paises que puedan usar la bomba.
Otro disuasor
de terremotos sociales ha sido la universalización de la televisión, un
instrumento que sirve para que la gente que la vea imite la clase de sociedad que
sus programas proponen, no para reflejar la realidad de la sociedad.
¿Y qué
sociedad proponen las televisoras? La que fomente el insaciable ansia de consumo
de la gente, para que la demanda de satisfactores estimule la habilidad de sus
anunciantes para proporcionrselos.
Pan y circo,
sexo y turismo, teléfonos que al ponerlos a la venta ya estén anticuados, televisores
para que quienes los contemplen no puedan resistir la tentación de comprar lo
que anuncian.
Un mundo en el
que lo superfluo prevalezca sobre lo necesario, en el que el derecho a tener lo
que otros tengan no dependa de que el que no tiene se esfuerce tanto como el que
tenga.
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