Para fatigarme
lo menos posible, que en estos tiempos de fuerzas menguantes cualquier esfuerzo
superfluo es un suicidio a medias, pondré en marcha la máquina del tiempo para
retroceder al 1241 de mi Palma del Río:
Acaba de llegar desde las Mezquetillas, unos pastizales de la
sierra a tres días de distancia hacia el Norte, un pastor de ovejas y cabras que
anuncia una catástrofe inminente.
Dice que viene
huyendo porque otro pastor, que venía desde las llanuras que hay más allá de la
sierra, había avisado que unos salvajes llamados cristianos se acercaban matando a todos los
que no se conviertan a su religión y se amolden a sus costumbres.
En Palma del
Río y sus alrededores los pocos que no obedecemos las normas del Profeta desde
hace más de cuatro siglos son judíos, a los que dice el pastor, los cristianos
odian todavía más que a nosotros, a los que nos llaman moros.
Entre las
ignominias a que se dice que nos obligarán está la de comer carne de puerco y
adorar a ídolos con figuras humanas.
La gente de
por aquí no hacemos nada más que discutir. Nadie trabaja.
Solo nos
ponemos de acuerdo en que, si nos negamos a renunciar a la religión verdadera y
someternos a la falsa de los cristianos y a sus bárbaras costumbres, nos
matarán a los que no huyamos antes de que lleguen.
El imán dice
que debemos matar a los infieles donde los encontremos y que si llegan aquí,
debemos matarlos con la ayuda del Profeta.
Pero, por lo
que cuenta el pastor de las Mezquetillas, los cristianos son más fuertes y han
derrotado y sometido a todos los que, hasta ahora, se han atrevido a
resistirlos.
Si seguimos
discutiendo qué debemos hacer todos y lo
hacemos inmediatamente, los cristianos se presentarán aquí para matarnos a los
que no nos convirtamos en cristianos.
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