Si Pedro Sánchez hubiera leído “El Arte de la Guerra” del chino Tsun
Zú, no le habría pasado anoche lo que le pasó: por no identificar correctamente
a su enemigo se dedicó a atacar al que no lo era y lo derrotaron los que lo eran.
Al joven Sánchez,
que podría haber sido un inapreciable jefe del departamento de señoras en unos grandes
almacenes, le ha dado por ser político.
Y así le va: en
el debate de anoche se empeñó en venderle unos zapatos de tacón alto a una señora
espigada como el PP, en vez de convencer a dos posibles clientas bajitas, como
Podemos y Ciudadanos, de que esos serían los zapatos que realzaran la esbeltez de su tipo.
Así que Pedro Sánchez
habría sido tan mal vendedor de zapatos como lo es en el negocio de la compraventa
de votos.
En la memoria queda
la prueba de esa amarga verdad: el tedioso, repetitivo e intranscendente debate
a cuatro con que Antena 3 castigó ayer a sus seguidores, que hubieran disfrutado
más con una película de sexo, violencia y crueldad sádica.
Los debatientes
de la antena tres, en la primera parte del debate, eran como cuatro chacales que
se disputaban la misma carroña: los votos.
(En la segunda
parte se unió a los cuatro chacales un
quinto: la muchacha que en la primera había estado calladita como moderadora y
que, después, se transfiguró en entrometido incordio).
Lo cierto es que
en el debate electoral pasó lo que tenía que pasar: que los cañonazos dialécticos
de Sanchez quedaron cortos porque el Partido Popular está fuera de alcance para
la artillería de su PSOE y que Ciudadanos y Podemos aprovecharon para, impunemente,
destrozarlo a trabucazos.
Y todo porque
los asesores de Pedro Sánchez lo han engañado (para eso cobran) haciéndole
creer que ganará las elecciones solo si descarta quedar segundo.
¿Y por qué lo habrán
engañado? Seguramente porque la tarifa por asesorar a un aspirante a ganar es superior
a la que se cobra a un aspirante a perder lo menos posible.
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