domingo, 6 de diciembre de 2015

LA FARSA ELECTORAL

Este tiempo por el que estamos atravesando los españoles es el  habitual en España desde que el invicto Caudillo dejó de mandarnos lo que teníamos que hacer, decir, pensar o callar.
Lo único que ha cambiado es que, en vez de un solo Caudillo,  ahora nos lo mandan aprendices de caudillo, sin capacidad de caudillaje.
En las campañas electorales, todos los aspirantes a caudillos entran en un frenético paroxismo de simulación de lo que no son, al prometer lo que saben que no pueden cumplir.
Juegan a redentores de los demás para redimirse a sí mismos y a la caterva de parásitos que esperan engordar con los desperdicios del festín del amo.
Es ésta España un constante festival teatrero con tres o cuatro aspirantes a primer actor, varios miles de comparsas para hacer bulto y un patio de butacas con millones de apasionados espectadores que siguen al pié de letra las instrucciones para aplaudir o abuchear del jefe de cada claque.
El pueblo español, desde sus butacas, está entrenado secularmente para desempeñar su cometido: los españoles siempre fueron espectadores de la farsa y nunca protagonistas.

Eso sí: pagaron la entrada que después de la función se repartieron empresarios, primeros actores, las chicas del coro, el villano de la farsa, los tramoyistas, el apuntador y, naturalmente, los críticos que después publicaron que la comedia había sido genial.

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