La conjura
judeomasónica bajo cuyo triunfo estamos condenados a vivir, nos forzó anoche a
ser testigos del debate entre los tres monaguillos o a apagar el cacharro: ni una película de
guerra, de sexo o violencia como
alternativa real a la ficción que es la política.
Así que, como
lo más esotérico del debate era Pablo Iglesias,fue el debatiente que captó mi
atención, al hacerme recordar sus teorías las de Hans Horbiger, el vienés que
engatusó a los nazis con lo de la tierra cóncava y sobre todo con lo de las
cuatro lunas.
La que nos
queda es la última, así que si no la aprovechamos, los humanos estamos perdidos
sin remedio.
¿Qué hacemos?
Lo único que puede salvarnos: crear una casta de superhombres para que
concentrando las fuerzas de sus mentes, atraigan a la luna hasta una órbita
óptima en la que la fuerza de su gravedad cree gigantescos humanos fuertes y al mismo tiempo
nobles y buenos, capacitados para hacer posible lo imposible.
Para Horbiger
esa realidad utópica era una humanidad de individuos poderosos dedicados a una
causa de esplendor ilimitado.
Para Pablo
Iglesias su versión de la utopía horbigeriana será un humanidad placenteramente
feliz en la que. sin que nadie trabaje para ganarse el pan, todos puedan
ilustrar su esponjosa superficie con el más fino caviar o con la manteca colorá
de olor más tentador.
Y lo mejor: sin
que engorde al que la devore ni se le repita al que la engulla.
Los nazis,
que creyeron en Horbiger, en su fé
tuvieron su penitencia.
¿Qué nos aguarda a los españoles si creemos las teorías
sociopolíticas de nuestro Horbiger particular, del deschaquetado Pablo
Iglesias?
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