Las
tribulaciones por las que España recorre su actual Vía Crucis son justa consecuencia de la
miopía de los españoles: proclámenme emperador como hicieron los romanos con
Cincinato, y podré volver a mi arado y a
ser feliz dejando felices a los españoles.
Mis
condiciones se reducen a una. Que me proclamen emperador, no que me elijan.
Hay dos
seculares sinsabores nacionales por los que los españoles, si no desgraciados,
tampoco son felices:
a) La tozuda
demanda de los catalanes de dejar de ser
españoles.
b) El anhelo
general de bucear en aguas cristalinas, transparentes, perpetuamente cálidas y
aceradas por playas interminables de rubia arena.
Como en las
promociones publicitarias para convencer al cliente de que compre lo que a
nadie le interesa comprar, esos dos sinsabores nacionales se endulzan con una
sola decisión:
1.-Que los
catalanes sean tan felices como nos dejarían a los demás españoles y,
2.-Con lo que
nos ahorremos al librarnos de Cataluña paguemos la deuda de 70.000 millones de
dólares (60.000 millones de euros) del Estado Libre asociado de Puerto Rico.
Por muy poco
que los portorriqueños quieran a España la quieren más que los catalanes y, si
dejan de ser parte de Estados Unidos, automáticamente pasarían a ser territorio
de la Union Europea.
Todo resuelto
y, además, sin el envilecido proceso democrático.
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