Cuando el predecible
primate bípedo se transmuta en hombre su razón, que le acicata la memoria, lo induce a la envidia
y lo empuja a añorar lo que perdió para recuperar lo que antes tuvo.
Ese es el estado
de ánimo del español actual: desconcertado por la forma de gobernar de los que
eligió para hacerlo, echa de menos al que mandaba anteriormente asumiendo por sí
mismo la responsabilidad del mando.
¿Era mejor la
antigua dictadura que la ya no tan nueva democracia?
Para el que
mandaba durante la dictadura, aquel era el mejor sistema.
Para el que
manda en esta democracia, la democracia
es la pera limonera, el cigarrito después del café.
¿Y para los que
obedecían antiguamente y siguen obedeciendo ahora?
Tan jodido es
Enero como Febrero.
Así que más nos
vale dejarnos de cuentos porque, como decía la suegra del comentarista gráfico
(dibujante) del periodismo español, “siempre vive de ilusiones el tonto
de los co(ji)nes”.
Y el que obedece
es más tonto que el que manda, disfrace de democracia o de dictadura el sistema
por el que obliga a los demás a hacer lo que a él le dé la gana.
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