La pícara filigrana de Pedro Sánchez al
invocar a la mayoría sin nombres para desautorizar a una minoría conservada
en alcanfor en el baúl de la historia ha sido sorprendente.
Tan sutil que
no pudo idearla Sánchez, una fuerza de la naturaleza que acomete sin pensar y
que, hasta ahora, parecía incapaz de caminar mientras masticaba chicle.
Porque la
maniobra de recurrir a las bases para empinarse a la presidencia del gobierno
es desarticular el armazón democrático de una organización que, como el PSOE, la
estructuró para eludir los riesgos
dictatoriales de las democracias asamblearias y populistas
La propuesta
de Sánchez deja de lado las cautelas intermedias para llegar al poder, que es el
objetivo final de la política, tanto para las dictaduras como para las democracias.
Fuera las
caretas que enmascaran la ambición del mando: si mandar es lo que importa,
¿parta qué andarse con las pamplinas de las formas?
La democracia
era el camino sutil para alcanzar el poder, una mera fórmula para disimular la
ambición que, en un momento dado, entorpece el logro del objetivo, ¿por qué,
pues, no obviar la fórmula?
Hay que
agradecer a Pedro Sánchez la audacia de sortear a los notables de su partido para recordarles que su pasado pasó y
que el futuro se forja en el presente y pertenece a los que, como ellos en su
día, ambicionan forjar su porvenir.
Y el poder que reclaman lo lograrán respaldando a
Sanchez, el presente actual sobre el que llegarán al poder mañana los que
sigan hoy al secretario general socialista.
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