Esta cosa en
irrefrenable proceso de evanescencia que es España será dentro de no demasiado
tiempo un mito, una fábula sustentada por ensoñaciones ilusorias para ocultar
una realidad ramplona.
En lo que
hasta ahora se conoce por España vivieron neandertales mitológicos pero hace
unos diez mil años, al finalizar la última glaciación, llegaron por el
congelado estrecho de Gibraltar unos africanos que se mezclaron con los neandertales
nativos, de los que se conserva el 10 por ciento de los genes en la población
actual.
Desde siempre
unas pateras tan frágiles como las de ahora, acarrearon al sur de la vieja
España cheljas rifeños que se asentaron por aquí, y que formaron la cabeza de
playa para los cheljas (no árabes) de los que se conoce como la invasión de 711,
puede que capitaneada por Tarik.
Por aquí no aparecieron
árabes hasta que algunos fugitivos Omeyas llegaron huyendo desde Damasco,
pasado el año 750.
¿Cómo
pudieron derrotar unos desharrapados cheljas a un potente ejército como el visigodo
de Don Rodrigo?
Porque los bárbaron
se habían aclimatado tan bien a España que ya habían adquirido las virtudes
españolas del oportunismo, la traición y el vendepatrismo.
La España
visigoda ya estaba enfrentada por aquél entonces entre los cristianos
trtinitarios (Padre, Hijo y Espiritu Santo) ortodoxos, y los unitarios (un solo
Dios), que predicaba el arriano Prisciliano, el que ocupa realmente el
sepulcro que oficialmente se acredita a Santiago,en Compostela.
Los
prisicilianenses encontraron en los musulmanes (“no hay más Dios que Dios”)
unos aliados dogmáticos que pudieron debilitar a la fuerza visigoda de Don Rodrigo,
al que se las tenía jurada el conde Don Julián de Ceuta porque había mancillado
la honra de su hija, la Cava, sin reparar con el mattimonio la coyunda.
Lo que, ocho
siglos después de eso aconteció, demostró que el tiempo había pasado, pero no
el carácter de los españoles:
A los Reyes Católicos les salieron por la
culata los tiros ideados para que las monarquías europeas se aliaran con la española
gracias al casamiento de sus hijas, y
la cosa terminó en que los españoles acabaron pagando el pato por los conflictos
de las monarquías europeas con las que sus hijas se habían casado.
Cuando se
extinguieron los Austria y los sucedieron los borbones, los españoles pasaron de
mamporreros de los austrias a alcahuetas de los franceses.
Y en esas
seguimos: ahora, unos se empecinan en someterse a Bruselas y otros en sacarles
las castañas del fuego a iraníes y venezolanos.
¿Y España? Un
mito, una leyenda, la pesadilla borrascosa de una eterna noche atormentada
.
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