Los calvos,
todo el mundo lo sabe, son los seres humanos más inteligentes porque tienen que
buscarle una utilidad sustitutoria a la cabeza cuando pierde el pelo.
Como a la
cabeza le falta su razón de ser al quedarse sin cabellera, la evolución de la
especie humana le ha asignado la tarea sucedánea de pensar.
Pero, ¿de qué
aprovecha a la humanidad el pensamiento individual si no se contrasta su error
o acierto con el de otros seres humanos?
Para eso
nacieron las tertulias, un recurso para que diferentes pareceres se expongan y
contrasten, y de la síntesis de teorías opuestas emane la verdad.
Si no fuera por
la televisión, ese contraste de pareceres no seria una revolución sino una
involución porque supondría una vuelta al ágora ateniense o a las cortes franquistas,
en las que los cortesanos podían exponer su pensamiento, dentro de un
orden, y sin que lo que dijeran que
pensaban se plasmara en realidades políticas.
Así languidece
esta democracia fragmentada en la que los jefes de cada pandilla son los
dictadores de sus partidos y expresan sus ocurrencias para que los canales de
televisión se las hagan llegar al pueblo.
La eficacia del
invento está a la vista: llevan tres meses diciendo lo mismo que habían dicho
antes de las elecciones y ni papa se muere ni cenamos: no tenemos gobierno y, ni siquiera, los dictadores de
los partidos hablan entre ellos para transar el precio de la burra.
Bien es cierto
que, a la gente que no teme perder los privilegios de gobernar ni espera acceder
a la bien retribuida carga del gobierno, el espectáculo es cada vez más
entretenido aunque progresivamente cansino.
Tanto que ya ni los divierte el espectáculo y
empiezan a pedir que cambien lo que ya los aburre. Pero no hay acuerdo:
Unos creen que,
en vez de tanto hablar, los que quieran gobernar se enfrenten a guantazos unos
con otros y que se televisen las peleas
Otros quieren
que un dictador general meta en la cárcel a los dictadores parciales y que a los
que siempre han obedecido y siguen obedeciendo no las metan en ésta comedia de
hacerles creer que son ellos son los que mandan.
El desenlace,
dentro de unos siglos, cuando los actuales líderes de los partidos hablen entre
ellos para ponerse de acuerdo, naturalmente a espaldas de la gente.
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