La gente es
mal pensada de nativitate (¿o ex nativitate?) y se cree que, si no hubiera
sufrido un manzanazo mientras dormía la siesta, esa ley de la gravedad ni se le
hubiera ocurrido a Isaac Newton.
Pues no. La
idea le venía rondando por el magín desde inmediatamente después de haber
pronunciado su primera palabra, que fue “ajjó”, que es como suena el eructo en
todo recién nacido.
El manzanazo no
inspiró su teoría, sino que fue la confirmación práctica de lo que venía
sospechando desde mucho antes de que la floración primaveral madurara en otoño
la poma que le cayó encima.
Pues lo mismo
pasa con la peregrina falacia de la democracia, esa cosa que se basa en la
evidente falsedad de que, como todos somos iguales, es verdad lo que, si la
mayor parte de un todo llamado colegio electoral dice que es verdad, punto en
boca porque verdad tiene que ser.
Hay una
sospecha preocupante sobre el acierto de esa teoría: si todas las unidades de
un conjunto llamado grupo parlamentario votan sistemáticamente lo mismo, lo que
todos dijeran que es verdad no podría en ningún caso ser mentira.
Pero, más que menos veces lo es porque la
puesta en práctica de lo que votaron demuestra que se equivocaron.
Hay dos
explicaciones que podrían arrojar luz sobre la poca fiabilidad práctica de las
dos reglas de oro de la democracia: la igualdad y la libertad.
¿Están
igualmmnte capacitados todos los miembros de un mismo grupo parlamentario para
decidir si la subida de impuestos es buena para la prosperidad económica de la
nación?
Si todos los
miembros de un mismo grupo parlamentario votan siempre en bloque, ¿lo hacen
porque ni uno sólo de ellos discrepa, o
porque no tienen libertad para expresar su particular opinión?
Suponiendo que
fuera lo segundo, ¿por qué no acude a la votación solo el jefe y los demás se
quedan hablando de lo bueno que es Cristiano Ronaldo o jugando al dominó?
La Patria, que
es como antes se llamaba a España, se ahorraría un dineral en sueldos, dietas,
edificios parlamentarios, ujieres, chóferes, secretarias, cuidadoras de
guarderías infantiles, consejeros-enchufados, achichincles y turiferarios.
España seguiría
tan mal como ahora, pero saldría más barato evitar el inevitable derrumbe.
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