Se decía
antiguamente—y si no se decía debería haberse dicho—que, cuando los dioses se
proponían acabar con un mortal, empezaban por turbarle la mente.
Pues estos
dioses que desde su Olimpo del Palacio de Congresos nos la tienen jurada a los
españoles han empezado a dejarnos tarumbas.
Los que los
eligieron ya demostraron al elegirlos que eran proclives a la enajenación
mental y los diputados electos parecen confabulados para que acaben en el
manicomio.
Porque, en el
caso improbable de que lleguen algún día a ponerse de acuerdo y los diputados
elijan un gobierno que desgobierne España, ¿ese gobierno durará cuatro años o
cuatro años menos los meses que los diputados hayan tardado en elegirlo?
Y los diputados
electores, ¿cobrarán su sueldo cada mes de los cuatro años por los que los
eligieron, o solo desde que empiecen a ganarse el sueldo, al cumplir su tarea
principal que es la de elegir gobierno?
¿Sirven para
algo los diputados sin gobierno? ¿Sirve para algo un gobierno sin diputados?
¿Qué falta hacen gobierno y diputados? ¿Se puede vivir sin alguno de los dos o
sin ninguno de ellos?
En el caso, más
que improbable imposible de que un gobierno o un parlamento hayan servido para
algo, ¿por qué cambiarlos cada cuatro años, si el que lo sustituya puede que
sea peor?
Preguntas con
tantas posibles respuestas contradictorias que, necesariamente, desembocarán en
la locura, llamada también enajenación mental.
Tanta maldad
solo cabe en el que posea la cualidad de lo infinito, los dioses o los diablos.
Como los dioses,
por definición, no pueden hacer el mal al hombre porque significaría que
reconocen que se equivocaron al hacer lo que hicieron, la democracia que
origina esta confusión general debe ser, necesariamente, obra diabólica porque
la razón de ser del Diablo es deshacer lo que Dios hizo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario