Esta España nuestra siempre ha sido relativista
porque acepta que es verdad solo lo que, en el momento y las circunstancias en
que emita su juicio, le convenga que sea verdad.
Por lo tanto, solo cree en lo que le interesa creer
mientras le interese.
Si las circunstancias cambian—y el cambio de
circunstancias es permanente—lo que hace un cuarto de hora había que creerlo a ciegas,
un cuarto de hora más tarde hay que rechazarlo.
El relativismo no acepta que haya verdades
inmutables ni, por consiguiente, deberes permanentes porque, según la
particular o colectiva conveniencia, el valor y el deber se ajustan a la
evolución de la historia.
Puede que sea por eso por lo que el carácter
marcadamente voluble de los españoles se sabe ajustar disciplinadamente a su
conveniencia del momento con el mismo desenfado con el que aclamaba el presente
de ayer.
Quizá ese interesado relativismo explique el repudio
a la dictadura en cuanto murió el dictador y el fervor democrático en cuanto se
implantó la democracia.
O el cambio del recogimiento religioso de la
Semana Santa por las vacaciones en mar o playa en cuanto la semana santa pasó a
identificarse con un pasado antidemocrático.
Pero esas manifestaciones de fervor religioso
ya sobrevivieron, en circunstancias políticas similares a las de ahora. La letra
de algunas saetas del anticlericalismo republicano lo demuestra:
“Virgen de la Soledad,
te pido para mis males
pan, trabajo y libertad”. (letra de saeta cantada durante la República)
te pido para mis males
pan, trabajo y libertad”. (letra de saeta cantada durante la República)
“Han dicho en el Banco Azul
que por ser republicana
España ya no es cristiana.
¡Aquí quien manda eres tú
estrella de la mañana! (Niña de la Alfalfa,
1932).
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