Recuerdo la
primera vez que ví el rastro blanco que dejaban los residuos del queroseno
quemado por las turbinas de un avión al entrar en contacto con temperaturas de
hasta 50 grados bajo cero.
Como en el
momento de ver lo que ví no tenía ni idea de por qué, temí que fuera un aviso
de la inminencia de la fin der mundo.
Pues algo
parecido nos pasa a muchos cristianos cuando nos espantamos cada vez que un
moro se lía la manta a la cabeza. El misterio, como el del chorro de humo de
los aviones, deja de serlo en cuanto se descubren sus causas.
Mahoma nació
en La Meca, tradicional lugar de peregrinación de creyentes politeístas, en el
que sus residentes vivían prósperamente de la venta de exvotos e imágenes a los
peregrinos, como ahora viven los comerciantes de exvotos en torno a santuarios
marianos.
A Mahoma se le
ocurrió predicar que sólo había un Dios, e inmaterial por añadidura, por lo que
era sacrílego vender imágenes que plasmaran lo inmaterial en figuras visibles.
Los
comerciantes previeron que Mahoma les arruinaría el negocio, por lo que lo
echaron y el profeta de la fé irrepresentable salvó su vida huyendo a Medina.
La fuga del profeta marca la Hégira, el punto cero de la historia del
islamismo.
A su muerte,
el año 632, Abú Bakr, uno de los nueve suegros de Mahoma, se proclamó
Califa—rey, general y máxima autoridad religiosa—de los creyentes y, los
discípulos de Mahoma conquistaron y se impusieron fulminantemente en toda la
península arábiga.
El germen de
la violencia que impulsa la expansión musulmana también se manifiesta entre
musulmanes, que se escinden en sunnitas (partidarios de que los fieles elijan
al califa) y chiitas, defensores de que el califa proceda de la familia del
Profeta).
Coinciden las
dos ramas, sin embargo, en un principio crucial: el que rechaza que no hay más
dios que Dios, Allá) es enemigo del Islam y debe aceptar a Allá como único Dios
o morir.
Para el Islam
no es posible la convivencia entre la suya y las creencias opuestas. El primer
mandato de todo musulmán y objetivo de su religión es convencer al que acepte
convencerse o eliminar al que se niegue o se empecine en no aceptar la
conversión.
No hay medias
tintas ni neutralidad para el musulmán: el que no acate el Islam es enemigo del
Islam. La alianza entre la civilización emanada de la religión islámica y la
que proceda de otra religión no islámica es blasfema, una apostasía de la única
religión verdadera, la que predicó Mahoma y expandió uno de sus nueve suegros.
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