Seamos
originales comparando la vida con un
cruce de caminos (carrefour en francés o croosroad en inglés), que el
que acierta llega a donde quiere llegar y el que se equivoca, como el avión
indonesio que despareció camino de Pekin, cae a seis mil kilómetros de
distancia y en dirección opuesta a su destino.
Pues lo que le pasó
a Rajoy al darle largas al Ciudadano Rivera cuando le solicitó una entrevista
para negociar una posible conjunción poselectoral parecía un error que ahora se
ha demostrado un acierto.
¿Qué hubiera
ocurrido si Rajoy, en vez de dar la callada por respuesta le hubiera abierto
las puertas con animo negociandi a Rivera?
Que los rojos
del PSOE y los escarlata de Podemos habrían gritado alarmados: “Tate”y, para
contrapesar los efectos de una inminente confabulación fasciderechista, la
habrían contrarrestado con otra “frentepopulista-comunista”.
Y se habría
liado, inevitablemente, el lio.
Como en aquel
verano del 36, los españoles andaríamos ahora afilando dientes y sables para
descuartizarnos entre nosotros y acabar con el único enemigo que los españoles
tenemos: nosotros mismos.
En definitiva,
que el alma cándida que es Rajoy volvió a acertar al no hacer nada quedándose
como el Braulio, impávido, mesmerizado, afanándose en la descansada ocupación
de la meditación pasiva.
¡Qué envidiable
país sería España si los españoles nos, pareciéramos menos a Pedro Sanchez, que
lo quiere hacer todo y todo lo hace mal, y más a Rajoy que, como dicen que
hacía el Invicto, clasifica en dos montones de carpetas los problemas:
En uno de los
montones apilaba los asuntos “pendientes” y, en el otro, los “resueltos”.
Su trabajo para salvar a España consistía en pasar al
segundo montón los apilados en el primero.
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