martes, 17 de mayo de 2016

MINISTROS Y SUS ASESORES



Una de las grandes falacias, puede que la principal desde que se inventó el habla como herramienta para confundir a las personas, es que el conocimiento da la felicidad al hombre.
¿Quiere decir que, cuanto más sepa el ser humanomás, más feliz es?
Disiento, discrepo y niego ese despropósito.
¿Seré más feliz despues de que Pedro Sánchez confesara que maquina tener diez ministros más de los once que ahora hay?
Si también es de conocimiento público que cada ministro de ahora sale por un par de cientos de asesores, ¿cómo se me habrá quedado el cuerpo al hacer una simple multiplicación y descubrir que tendre que pagar a 2.000 reasesores más?.
(Mareos me dan, y ya no está uno para afrontar la vida peligrosamente, al saber que cada uno de esos asesores ministeriales contratará con mis dineros a otro par de docenas de reasesores para que los reasesoren).
Se está poniendo la cosa peor que cuando asoman nubarrones negros por la parte de Hornachuelos, que está al noreste de mi pueblo, como preludio de la inminencia de una tormenta con rayos, truenos y corte del suministro de energía eléctrica.
¿Y para qué tanto gasto?
Es cierto que el que compromete el desmbolso dinerario no tiene que sacarlo de su cuenta corriente ni de su bolsillo, lo que explica y exculpa su dadivosidad.
Pero, ¿por qué tiene que expulsar los gases acumulados en su estómago por mi boca?
Si un ministro al que se le encargue y que acepte resolver los problemas de su ministerio necesita a otro o a otros para que lo hagan, por qué no paga de su sueldo el trabajo que sus contratados hagan para él?
Esas dudas son simples derivadas del gran dilema:
Si los políticos necesitan sacar dinero a los ciudadanos para conseguir el poder, ¿sirven para algo más provechoso que para sacarle dinero a los que serían felices si no les sacaran dinero?
Asi que uno, aleccionado por el poeta, no quiere “ver la sangre de Ignacio sobre la arena”
Quiero ser feliz y la felicidad perdida es ignorar lo que los políticos hagan y que hagan lo que les dé la gana.
Al fin y al cabo, con o sin democracia, esa es la función de los políticos: vivir de los que no lo sean.

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