Desde que Kublay
Khan permitió a Marco Polo que lo visitara en Xanadú, la ciudad capital de su imperio mongol aislada de la
miseria circundante por una cúpula transparente, Xanadú no es un legendario
lugar geográfico sino una aspiración universal.
¿Qué es Europa para los emigrantes sirios y africanos sino
una ansiada y mítica Xanadú por la que, para acogerse bajo su cúpula, se puede y
debe arriesgar la vida?
¿Es Europa la Xanadú
idílica para todos los que viven bajo su cúpula?
Evidentemente no.
Hay una prueba
irrefutable de que los hombres no somos iguales, sino que afortunadamente somos
diferentes: muchos de los nacidos bajo la cúpula transparente de Europa añoran
la miseria exterior, los agita la melancolía
de vivir precaria y peligrosamente.
Si el hombre fuera,
como dicen, un animal racional, el problema dejaría de serlo: que los que
ansían vivir como en Siria o Sudán se vayan allí y los que no quieran irse se
queden aquí.
Los rojos de
Podemos, Izquierda Unida, el PSOE, nacionalistas vascocatalanes y otros que se
sientan desgraciados por vivir bajo la cúpula de Xanadú, que salgan de ella.
Y que los que
prefieran la poco excitante inercia de contemplar cómo pasa el tiempo (as time
goes by), que se queden.
“La libertad,
Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos”,
decía el Quijote pero no dijo que los hombres estuvieran obligados a aceptar el
regalo de la libertad, por lo que se supone que tienen derecho a rechazarlo.
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