Hay objetos a
los que el hombre transforma en símbolos y que, si se ultrajan, queman o
menosprecian, es como si se hubiera ultrajado, quemado o menospreciado lo que
simbolizan.
En concreto,
las banderas.
¿Qué es una bandera? Un trapo pinchado en un
palo.
Pero, como hay trapos que según su diseño y la
distribución de sus colores se identifican con un determinado país, quemar la
bandera es como quemar al pais.
Pongamos por
caso la bandera española a la que, si se menosprecia o disfraza, es como si se hubiera quemado o trasvestido a
España.
No digo que
quemar la bandera española no tenga importancia ni que sea ese un acto de
provecho.
Pero, si en
vez de meterle fuego al país se conforman con arrimarle un mechero a su
bandera, es indudable que lo segundo es mejor que lo primero.
En los
arcaicos tiempos en los que hacían alcalde al más formal del pueblo y no al más
votado, un alcalde prudente mandó para que lo representara en una conflictiva
asamblea a uno de sus concejales. Lo nombró su símbolo.
Como era de prever,
llenaron de guantazos la cara del concejal y, como estaba previsto, el
agraviado exigió reparaciones porque, argumentaba, al partirle a él la cara,
las bofetadas que recibió las había recibido la cara del alcalde.
--“Las
bofetadas que mi cara ha recibido”--advirtió-- “se las daban a la cara de
usted”.
--“Pues que
ahí me las den todas”, concedió el alcalde.
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