“Sería feliz si me me permitieran”, se quejaba amargamente Diego
Cañamero, “compatibilizar mi trabajo de diputado con el de jornalero”.
Si un hombre es feliz, la
humanidad entera debería sentirse feliz,
así que yo no sé quien es el desalmado que le impide al jornalero
profesional y diputado eventual sentirse doblemente afortunado y simultanear
legona y tribuna.
Como siempre hay un melindroso
que a todo le ve inconvenientes, saltará: “¿y qué campo de cebollinos hay cerca
del Congreso de los Diputados para que Cañamero simultanee sus dos
ocupaciones”?
Pues que, si le da lo mismo
cebollinos que tulipanes, en los Jardines del Retiro, a escasos 200 metros del Congreso
de los Diputados, puede descansar de su ingrata labor legislativa mientras se
ocupa de su amable labor agrícola.
Pero, ¿saben una cosa?
Que Cañamero tiene mucho cuento y
que, si lo mismo que los cebollinos que dice que aporcaba como jornalero
echadiscursos, le permitieran echar algún discurso en el Congreso, será como
si escardara ortigas.
Tribuno de la plebe en el
Congreso o tribuno de jornaleros en el tajo, Cañamero es un regalito.
Que se aplique lo de “zapatero a
tu zapato” y que se siga dedicando a lo que toda su vida (o la mayor parte de
ella desde que aprendió que protestar es más llevadero que trabajar) se ha
dedicado: a vivir del cuento.
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