Anda hablando
estos dias la gente de un tal Diego Cañamero, reencarnación de aquellos hombres
que iban por Sierra Morena solos o en compañía de otros y que, habiendo
encontrado la manera de hartarse de comer, dejaron de pasar hambre.
En el Remolino,
una finca del término municipal de mi pueblo, tienen una de sus guaridas para atrincherarse
cuando vean llegar a los uniformados de la Guardia Civil, el cuerpo profesional
que ya los erradicó a finales del siglo 19.
No tengo
constancia ni curiosidad suficiente para averiguarlo, sobre si Diego Cañamero
ha incursionado en persona alguna vez por mi pueblo, pero bandas de sus adeptos
montan escenas periódicas de protesta para que les concedan lo que reclaman.
En general, y
en contradicción con el internacionalismo proletario que los inspira aunque no
sepan qué significa, reclaman que en las tierras del pueblo trabajen sólo los
obreros del pueblo y no se contrate a obreros de fuera, dispuestos a trabajar
por menos de lo que ellos exigen.
Basta con haber
tenido el acierto de nacer donde se nace para mandar a paseo la ley de la
oferta y la demanda, una argucia del capitalismo explotador para que todo lo
transable mantenga la misma cotización similar en tiempos de abundancia que de
escasez.
Y si el internacionalismo proletario significa que los pueblos ya no se diferencian por el paiis en que viven sino por la clase social a la que pertenecen, abajo ese principio comunista si eso significa que los tarabajadores forasteros trabajen por un jornal que el que ellos exigen.
Ahora al jerifalte
bandolero le afean que, gracias a su influencia política, ha transado los votos
de sus seguidores para hacerse con una finca igual o mejor que las de sus
antiguos enemigos y a partir de ahora colegas: los explotadores de la tierra y
de los que la trabajen.
Parece mentira,
porque lo que el antiguo explotado y ahora explotador ha hecho es demostrar que
la escala social es como esas escaleras móviles de los grandes almacenes: sirve
igual para subir de la segúnda a la tercero planta que para bajar de la tercera
a la segunda.
Basta con que
la fuerza electrica que la impulse esté conectada a un buen enchufe.
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