Imagínense que
una de estas noches se interrumpieran
simultáneamente los programas que estén emitiendo en ese momento todas las
emisoras de televisión.
Y que los
receptores volvieran a iluminarse segundos después para mostrar a un caballero
de gesto adusto a cuyo paso se levantarían respetuosamente sus acompañantes, la
mayoría en traje civil y alguno con uniforme militar y que, mirando serena y
firmemente, dijera:
“Señores, a
partir de éste momento, en España se ha acabado el cachondeo”.
El inevitable
coro de tertulianos que excplicarían posteriormente lo que todos los
espectadores ya habían oido y se encargarían de aclarar que lo que había querido
decir era que, a partir de las doce de la medianoche, se prohibía la música
estridente en lugares públicos.
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