Allá por el
siglo XIII ya pasaba lo que pasa en éste siglo XXI: que la gente andaba a palos
como anda a palos hoy por desacuerdos en la definición de un concepto: el de
pobreza.
Hace ocho
siglos las guerras las promovían las órdenes mendicantes, aquellos iluminados
que, para eludir el desagradable trabajo, predicaban que solo se salvarían los
pobres.
Había, pues, que definir quién era pobre y quien no lo era:
así que llegaron a la conclusión de que solo tenían garantizado el cielo los
que, por no poseer nada, sobrevivian gracias a lo que les dieran los que
trabajaban.
Con esa
frontera de la pobreza tan conveniente para los mendicantes, la salvacion de
los que trabajaran dependía de la liberalidad con que saciaran las necesidades
de los que no lo hacían porque se lo impedía su interpretación de los Evangelios.
Ocho siglos
después andamos en las mismas: los ricos deben compartir sus riquezas con los
que tengan menos que ellos y que no las tienen porque los ricos se las
arrebataron, incluuso antes de que empezaran a acumularlas.
A los
mendicantes de entonces se le podía identificar porque recorrían los caminos
solos o en compañía de otros para ayudar a los que trabajaban a salvar sus
almas librándolos de sus riquezas, la evidencia de su pecado.
¿Y ahora?
Ahora los mendicantes
actuales, exigen vivir de las subvenciones, los subsidios y las ayudas al
desempleo que obligan a pagar a los que trabajan, como castigo a su pecado.
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