Estas
agobiantes noches, en las que el calor espanta al sueño, la mente sonámbula de
los hombres podría evolucionar hasta parecerse a la de Guedé, el Barón Samedi, condenado
a una vida en semivela que sólo puede imaginar maldades.
Ya los
españoles parecen zombies, esos muertos en vida que huyen de la luz de la razón
para solazarse en las tinieblas del deseo.
Como los
zombies obedecen a los turbios impulsos de su ansia por volver a Guiné, la
tierra perdida y añorada de la que los deportaron, los españoles reclaman un
gobierno con la misma impaciencia con
que las ranas del charco exigían tener rey.
Lo reclaman
porr mimetismo, porque los que piensan por los españoles, que son los
tertulianos, los opinadores profesionales y los políticos coinciden en que hace
falta un gobierno aunque solo sea para que los gobernados descarguen en el que
lo presida las culpas de su propia incapacidad para resolver sus propios
problemas.
Cuerpos
aletargados sin alma que los anime, veleta que solo se mueve si el viento sopla,
paredes mudas que rebotan el ruido que les llegue, sea armónico o discordante.
Ese es el
español de ésta España: pasivo, inane, hueco, un zombi sin voluntad propia que
camina por donde lo llevan y se detiene cuando se para el motor ajeno que lo
impulsa.
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