Hay un lubricante
imprescindible para que el motor que permite el avance de la Humanidad no se
gripe y siga funcionando: la corrupción.
“Dádivas
quebrantan peñas”, sentenciaba el pedante refrán de mi época lejana que, en la
actual, quiere decir que no hay nadie tan reacio a conceder lo que le piden que
no lo haga si le regalas un jamón.
O si le meten unos
millones en una cuenta para que reclasifique un terreno.
¿Por qué,
entonces, la corrupción tiene tan mala prensa en esta España corrupta de la que
hablan las radios, comentan los tertulianos y se lee en los periódicos?
Porque no todo el
mundo tiene capacidad para corromperse: sólo el que tiene en sus manos la
posibilidad de conseguir algo que otro necesite.
¿Y quien
monopoliza esa capacidad en ésta España evanescente que es la España
Democrática?
Los políticos que
en ella mandan, los que manejan cualquier
presupuesto público caído en sus manos para que su reparto se pueda
rentabilizar en votos.
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