Ya que hasta una
plebeya fregona se aristocratiza al traducirla al ingles y convertirla en mopa,
démosle una solución a la inglesa a lo que, en castellano, parece no tenerla.
Me refiero, como
ya habrán adivinado, a esa preocupación tan persistente que ha evolucionado a
obsesión: la incapacidad de formar gobierno.
Lo que nos puede
sacar del atolladero tiene, en castellano,
una fórmula castiza: “de perdidos, al río” que en ingles sería “from
losts to the river”.
La receta
consistiría, tanto en inglés como en castellano, en buscar una solución
extrema al embrollo democrático en el que nos metieron hace cuarenta años los
que se empecinaron en hacernos vestir frac democrático a los españoles,
habituados a no salir de casa sin la faca en la faja.
Si ésta democracia
ha pasado de solución a problema, resolvamos el problema acabando con la
democracia que lo origina.
Ya tenemos en
marcha esa solución: vascos, catalanes, gallegos y hasta algunos andaluces son
ya precursores de hacer regresar a esta España seudo moderna a la España
tradicional: que cada cual se tire pedos con su propio esfinter para disfrutar
en exclusiva del aroma que expela.
Es volver al
origen de esta raza multiracial: el vecino, cuanto más cercano, es más
sospechoso de enemistad, cuanto más elejado es más apetecible aliado para
acabar con el vecino más cercano y al que se niegue a creer lo que cada uno
crea, se le mata si no se convierte a la creencia propia.
¿Resultado
previsible de la fórmula traducida al léxico de las ideologías políticas? autocracia,
renuncia a que los demás hagan, crean, piensen o vistan como uno mismo.
La autocracia,
como antítesis de la democracia, es la solución al problema que la democracia
española ha creado.
Porque, al menos
en la España eterna y moderna, el que no siga el mandamiento de cada uno es
inevitablemente su enemigo y con el enemigo no se transa: se le elimina.
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