Hay casos, como el de la muerte,
en los que es peor no hacer nada que equivocarse al hacer algo.
Pedro Sánchez, el pasado del
Partido Socialista, se equivocaba en lo que hacía cuando era el mero mero del
partido.
Pero, ¿no es peor este partido
socialista del postsanchismo, que como definía el clásico el estado de
desconcierto, no sabe ni qué hacer ni qué decisión adoptar, (“nec quid consili
capiam nec quid faciam scio”)?
Y es que el PSOE de Sánchez se
empecinó en el “No” a que el Partido Popular formara gobierno, mientras que el
socialismo posterior ha cambiado el no por el sí, pero sin ponerse de acuerdo en
el cómo.
Y es que hay ocasiones en las que merece
la pena no hacer nada para evitar el mal mayor de equivocarse y otras en las
que equivocarse al hacer algo es menos perjudicial que no hacer nada.
Felices siglos aquellos en los que
la historia la hacían y deshacían los hombres de acción, los que se abrían paso
en la vida a espadazo limpio, afianzando su cabeza sobre sus propios hombros
gracias a que descabezaban a sus enemigos.
Como ahora está mal visto cargarse
al que se niega a convencerse por la palabra, las relaciones de poder son un
permanente cotorreo entre loros tan absortos en escuchar sus propios granznidos
que no oyen los de su interlocutor.
Vuelva el hombre a relacionarse
como se relacionaba al principio de los tiempos, que los revolucionarios caines
se carguen a los burgueses abeles sin mediar previamente palabras que desemboquen en el enfrentamiento.
Así, los presidentes del gobierno
de España lo serán porque en un enfrentamiento a sable a diez metros de
distancia uno del otro, le dispute el cargo.
Y para que el pueblo participe,
que para eso hay democracia, que se televise en directo esa eficaz manera de
conseguir la presidencia.
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