Eso de quedarse con
lo que no es de uno, que también se llama robar, es muy antiguo y tiene un
futuro todavía más esperanzador que el confortable pasado que ha tenido.
¿Quién roba?
El que pueda robar,
lo necesite o no le haga falta, porque el ansia de poseer lo que todavía no se
tiene es el hálito que cree que le prolongará la vida al que se le está
acabando vivir.
¿Roba el que lo
necesita? Roba el que cree que lo necesita porque espera que su vida dure más
que su riqueza y que sus últimos años sean tan miserables como los de un pobre.
¿Se roba para vivir
o se vive para robar?
Pregunta sin
respuesta porque los únicos que podrían contestarla serían los ladrones, que
nunca admitirán que han robado.
Los más ilustres
ladrones de la actualidad más próxima, como los de la antigüedad más lejana que
fueron los socialistas de Andalucía, son los del Partido Popular a los que
están encausando en Madrid.
Los de Madrid y los
de Andalucía cumplen las mismas condiciones que propician el robo: decidir la
cantidad que se detraiga de los ciudadanos mediante el pago de impuestos para
devolver una parte de lo detraído en servicios públicos.
Robar, por lo
tanto, es una actividad lucrativa para cuyo ejercicio solo se necesita voluntad
de acometerla y circunstancias que lo permitan.
Asumiendo que los
políticos sean personas normales y no ángeles alados, cumplen ambos requisitos:
le quitan mediante impuestos a los ciudadanos la cantidad que dicen que
necesitarán para suministrarles los servicios que creen que precisen.
¿Y qué y cómo ganan
los políticos? Calculando al alza el coste de los servicios prometidos que no
tengan intención de proporcionar y exigiendo una comisión al concesionario al
que se le adjudique la prestación de servicios previamente pagados por el
público.
Y, además, los
político-ladrones nombran y pagan a los policías y sus jefes, a los que
encargan de perseguir a los delincuentes.
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