¿Es “consuelo
de tontos”, como dice el refrán,”el mal de muchos”?
Si así fuera,
los españoles tenemos motivos para estar, más que contentos, felices.
Y es que hasta
los americanos, que inventaron esa simpleza llamada democracia que proclama
bueno lo que la mayoría diga que es bueno, van a elegir presidente no al mejor
candidato sino al mejor hablado.
A ese huracán
incontenible que es Donald Trump se le ocurrió hace años alardear de sus éxitos
carnales llamando “pussy” (gatito) a la parte de la anatomía femenina cuya
contraria masculina es “cock” (gallo).
Como han puesto
y repetido por televisión ese lejano episodio de la azarosa vida de Trump,
parece inevitable que su contrincante se lleve la llave simbólica de la Casa
Blanca.
Y, ¿quién es la
probable afortunada de la baladronada pretenciosa de Trump?
La entonces y
todavía esposa del presidente Bill Clinton que, en el despacho oval de
la Casa Blanca, de donde los rayos del poder se disparan para pulverizar a los
enemigos de América, al gallo del marido de Hillary Clinton le alegró la tarde
el gatito de Mónica Lewinsky.
Si hasta los
que inventaron esa martingala llamada democracia eligen presidente no al que
más pueda servir para el cargo sino al que menos escandalice en un salón, ¿qué
broma de mal gusto esa de que la democracia es el sistema de gobierno que todos
los pueblos necesitan?
Lo que los
pueblos necesitan es sentirse satisfechos y, para eso, es indispensable comer
bien, beber de forma comedida y saciar
al tigre de la lujuria, antes de hundirse en una siesta reconfortante.
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