El tenebroso
submundo de la política española germina en misteriosas logias que, conocidas
por observatorios, son en realidad la almáciga donde nacen los políticos que
serán trasplantados en su momento a los partidos.
Hay
observatorios para todo: por ejemplo, observatorio para la libertad y
observatorio contra el tabaquismo: el primero promueve el derecho a fumar de
los que fumen y el segundo la prohibición de fumar para no dañar al fumante ni
a los que inhalen gratis el humo del cigarro.
Hay
observatorios para todo lo observable en todos los niveles de las
administraciones: de barrio, municipal, provincial, autonómico, nacional e
internacional y las actividades de todos ellos financiadas por las
administraciones correspondientes, nunca por los curiosos observadores.
Muy de vez en
cuando, alguna indiscreción permite vislumbrar el esotérico inframundo de esa
raiz de los partidos políticos que son los observatorios.
Una de esas
ocasiones fue la información que ABC de Sevilla publicó el 13 de abril de 2013
titulada “Los 36 observatorios “imprescindibles para la Junta” y que enumeraba
desde el Observatorio del Flamenco al de Prácticas innovadoras (¿?) como
subcontratados indispensables para que los políticos y funcionarios contratados
hicieran tan bien su trabajo como los índices comparativos con otras
administraciones demuestran.
Y uno, que paga
sin protestar (porque de nada serviría quejarse) tiene la arrogancia de
preguntar: ¿por qué, en vez de subir mecánicamente los impuestos con los que
pagan a tanto observador emboscado en tantos observatorios, no se va todos a
observar la televisión en sus casas?
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