El día
improbable en que cada español se responsabilice de satisfacer sus propias
necesidades y deje sin argumento al gobierno para que lo haga en su nombre y en provecho de los políticos, España será,
si no un país mejor, por lo menos un país
de gente más libre.
Porque, si los
gobiernos han acostumbrado a los gobernados a que dejen en manos de los políticos
la solución de sus problemas personales, los ciudadanos se han enviciado y se
desentienden de resolver sus propios problemas.
Así, estudian
donde y lo que los gobiernos quieren y no lo que y donde quieran ellos o sus
padres, trabajan en lo que el gobierno los emplee, van al médico que el
gobierno les designe y hasta tienen el número de hijos que los que manden les
recomienden.
Es una especie
de esclavitud consentida la esclavitud en
la que el ciudadano español vive: que va a misa cuando un gobierno les dice que
lo haga o cierra iglesias cuando el gobierno mira con suspicacia al que practique
alguna religión.
Como aquellos siervos
medievales obligados a creer lo que el señor feudal creía y a exponer su propia
vida para defender la vida de su señor, los españoles de ahora son como
los españoles de antes: esclavos del gobierno como antes lo eran del gobierno
de entonces, encarnado en el que era dueño de sus vidas y sus haciendas.
Eso sí: la
esclavitud actual ha sido democráticamente establecida y la de antes
brutalmente impuesta.
La de entonces
y la de ahora originan las mismas consecuencias: el que manda, manda y el que no
mande, obedece.
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