En ésta
España, que algunos creen que no existió hasta 1975, está de moda desde hace un
lustro hablar de la corrupción como antítesis de la honradez y todo porque los
que mandan, como ocurre desde que el mundo es mundo, se quedan con lo que no
era suyo hasta que se lo apropiaron.
Y es que a
eso de la honradez del que mande le pasa como al himen, que en tiempos pasados
tasaba el valor de las que lo conservaban y ahora minusvalora a las que tardan
en perderlo.
A los que
rentabilizan su privilegiada posición de poder político engordando su
patrimonio habría que, en justicia, estarles agradecidos porque su corrupción
permite que el dinero cambie fluidamente de manos y circule, esparciendo
riqueza entre todos los que lo manejen.
Porque el
dinero, como herramienta de trueque que es, pierde su utilidad si no se mueve
porque la corriente se lo lleva como al camarón que no nada.
En todas las
épocas de la Historia, y por consiguiente también en ésta, el dinero que
facilita acceder al poder ha servido de baremo social.
Tanto tienes,
tanto vales.
Así, sin
careta, sin condicionar ese axioma al método seguido para tener lo que tengas.
Por lo
general, el que tenga más dinero lo logra gracias a que otros tengan menos.
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