Vaya usted a
saber si, después de todo lo malo que los listos progresistas han dicho de Donald Trump, el inminente
presidente norteamericano no va a ser tonto.
A) Ya no se
discute si construirá o no su muro fronterizo con México, sino si serán los
norteamericanos o los mexicanos los que paguen la obra.
B) Trump ha
decidido cerrar la válvula de escape que para el régimen cubano eran las
facilidades para integrarse en la sociedad norteamericana a los llegados desde
Cuba.
A partir de
ahora, el castrismo tendrá que gastar recursos y prestigio adicionales para
reprimir a los descontentos del régimen, condenados a seguir en la isla.
¿Y el mandarín
chino que ya enseña su coleta desde la cumbre de los Urales, al desequilibrar las
economías del resto del mundo con las baratijas que desplazan del mercado
mundial a las manufacturas de los demás?
Y todavía falta
una semana para que Trump empiece a hacer lo que dice que va a hacer.
¿Y si, por un casual y en un rasgo de lucidez
se le ocurriera resolver el más difícil todavía de todos los difíciles
problemas que debe solucionar?
Me refiero al
de España, ese país que durante la mitad de su historia le creó problemas al
resto del mundo y durante la otra mitad se los esta creando a sí misma.
A lo mejor, y
en uno de sus fogonazos geniales, se le ocurre a Trump resolver el problema
español, haciendo de España el estado 51 (quincuagésimo primero, dirían los
finos) de la Union Americana.
A partir de
entonces, y eso es tan cierto como que morir habemos, empezará la decadencia de
los Estados Unidos.
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