No siempre,
afortunadamente, la inteligencia de la razón se impone a la tiranía del
instinto.
Si así fuera, el ser humano carecería de la
capacidad de dudar, privilegio del único animal capaz de embridar su instinto
al mandato de la razón.
Por eso hay
ocasiones en las que la fuerza del instinto para reproducirse, el más acuciante
para animales racionales o irracionales, prevalece sobre la oportunidad de
cuando y con quien satisfacerlo.
Al posible
error de cuando, cómo y con quien cumplir esa necesidad instintiva se añade la
a veces acuciante urgencia por hacerlo.
Pues de eso
trataba “Víctimas de su sexismo”, la entrada que el 10 de enero publicó en su
blog “Crónicas Bárbaras” el maestro de
esa modalidad de periodismo que es mi amigo Manuel Molares do Val, con el que
tantas experiencias he compartido y que tanto me ha enseñado.
Se admiraba
Molares del caso de una señora culta, asesinada el primer día de éste año por
un maltratador habitual más joven, con el que compartía intimidades.
No fue la
primera vez ni será la última en la que la tiranía del instinto se imponga a la
prudencia de la razón.
Al fin y al
cabo, el ansia de perpetuarse mediante el placer sexual, la necesidad de
satisfacer el hambre y el ansia de poder son los tres motores de la conducta
humana.
¿Por qué,
entonces, le liaron la que le han liado los que se insurgieron contra Molares y
forzaron a algún periódico que había publicado su texto a retirarlo?
Porque no es
de los suyos, evidentemente.
Porque, en
ellos, el instinto de silenciar al que no sirva de coro a su inclinación de
enmudecer al discrepante es todavía más tiránico que el instinto sexual, uno de
los tres motores de la conducta humana.
¿Machista
Molares?
Si lo
conocieran como éste su servidor, que desde que lo vió cuando llegó con Leni,
su mujer, y un perro ridículo al aeropuerto de México hace más de cuarenta
años, para acompañarme en las tareas
periodísticas que desde entonces compartimos, se echarían a reir.
Particular e
íntimamente, Molares siempre me ha parecido, si acaso, “soft on machismo”,
demasiado poco ardoroso en la defensa de la supremacía masculina, como eran “soft
on comunism” para el senador Mccarthy los sospechosos de connivencia con Rusia.
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