Este 2017 no
empieza bien. Empieza requetebién.
Por fin, al
leer la prensa, encuentra uno una noticia que no es buena, sino
desacostumbradamente alentadora porque a los que creíamos que no servíamos para
nada nos descubre que no somos peores, sino mejores que los que sirven para
todo.
Y es que dice
el periódico El Mundo que “la universidad del golfo de Florida explica que
“para compensar el esfuerzo y el sacrificio de pensar tanto, las personas
inteligentes reducen la cuota de actividad física diaria”.
A ver, después
de haber leía eso, quien me intenta
volver a convencer de que debería andar todos los días un par de kilómetros
para recuperar la agilidad que el peso y los años (el peso de los años) me ha
hecho perder.
Lo malo es que,
como todo lo que se aprende después de haberlo ignorado convenientemente, me
haga caer en la tentación de aplicar la teoría.
Me vería
obligado a meterme en obras para que alguna empresa de obras públicas (podría
ser la misma que está llevando el AVE a La Meca), me enlazara por ferrocarril
el salón de mi casa con el dormitorio, a
seis o siete largos metros de distancia.
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