ROMANCE DEL VIEJO EN EL
PARQUE
En un banco de madera
de la bullanguera plaza,
en el fulgor del verano
o con ventisca escarchada,
certero como las horas
nunca a la cita faltaba.
Ajeno al clima y al
tiempo,
al cobijo de una acacia,
todas las tarde del año,
como una estatua sin alma,
sin olfato, voz ni oídos,
el mismo banco ocupaba.
Fluía en su entorno la vida
sin transferirle su savia.
Volubles como el mercurio
los niños alborotaban.
Campanilleaban sus risas
y en ocasiones lloraban
porque llorar o reír
es natural en la infancia:
síntomas de la inocencia
y maneras de expresarla.
Eran de ídolos aztecas
labrados en obsidiana
el rostro inerte, sombrío,
y el porte de las
criadas.
En el retablo de risas,
de llantos y de nostalgias,
aquél viejo taciturno
representaba la pena
sin fin y sin esperanza.
¿Qué angustia muerde su
pecho,
qué dolor le ahoga el alma?
Ha vivido muchas vidas
y olvidado a muchas patrias.
Lo han amado y ha querido
y, si a veces traicionó,
traición con traición pagaba.
En paz está con la vida,
con una vida que acaba
y que empezó a agonizar
cuando terminó su infancia.
Después solo ha padecido
añoranzas de un apátrida,
la congoja del que sabe
que recuperar lo que ama
una vez que lo ha perdido
es una esperanza vana.
Sufre porque ya no encuentra
la niñez siempre añorada
que fue, sin saberlo
entonces,
de verdad, su única patria.
Donde ahora languidece
y espera sin esperanzas,
se siente como un extraño
entre personas extrañas.
La cascada de prodigios
de su juventud dorada
le hace brotar en los ojos
el rocío de las lágrimas
cuando evoca en sus recuerdos
emociones olvidadas,
como la sutil caricia
del olor de la albahaca,
o el aroma voluptuoso
de aquel jazmín, que exhalaba
fragancias que eran suspiros
de virgen apasionada.
¿Y aquel fulgor amarillo
entre pétalos de nácar
de la flor de la celinda
en la tapia enjalbegada?
En su sueño hay hierbabuena,
geranios de grana pálida,
clavellinas, rosas ígneas
de corolas escarlatas,
que a los pies de un limonero
como en tropel se abrazaban.
Cuando se hacía día la noche,
siempre, una mirla gitana
anunciaba con su debla
que llegaba la alborada.
En ese patio de vida
fue donde vivió su infancia
el viejo que en su vejez
ahora, en sus añoranzas,
la ensueña, evoca y revive
bajo el banco de la acacia.
¿Qué le importa ya ésta vida
si su vida es la
nostalgia?
Todo lo que lo rodea
Carece ya de importancia
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