Procedieran de
Persia como la etimología del nombre de “magos” indica, o de la Tartessos
andaluza como apunta el Papa Benedicto XVI, la de los que llegaron para
ofrecerle regalos al niño recién nacido en Belén es una bella historia aunque
no pasara de improbable leyenda.
Todo recién
nacido merece ser recibido con el regalo que se ganará por lo que aportará a la
humanidad durante sus años de vida porque de todos, al nacer, se espera que el
mundo que deje a su muerte sea mejor que el que lo recibió.
No hay ningún
recién nacido que no deje rastro de su existencia cuando su vida acabe.
Porque la vida
es una permanente evolución en constante progreso hacia la perfección, que
culminará en el equilibrio de lo que se ansía y lo que se puede conseguir.
Por eso, la humanidad
es hoy más numerosa y feliz que lo era cuando Cristo nació y peor que lo será
así que pasen mil años.
El día de hoy
es mejor que el día de ayer y peor que el día de mañana.
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