Bien está que,
como piden Podemos, Ciudadanos y el Psoe, se investigue el “despilfarro” que
supuso para nosotros los contribuyentes españoles los sesenta o 70 mil millones
de euros que nos sacó del bolsillo el gobierno para reflotar las hundidas Cajas
de Ahorro.
Pero que no se
olviden de la razón de ese desfalco: que fueron políticos colocados en los
consejos de administración de las Cajas por sus partidos los que vaciaron los
fondos que se encontraron en ellas cuando se hicieron cargo de la gestión.
Y que saquen la
conclusión obvia: que un político solo sirve para aquello por lo que entraron
en política, echar discursos y engañar a los votantes para así mantenerse en el
poder.
Para predicar,
no para dar trigo porque poner en sus manos la gestión de entidades bancarias fue
el más torpe de todos los desatinos que un político imaginativo pudo idear.
Los asuntos
serios, y la gestión bancaria lo era hasta entonces, debería haber quedado
siempre en las manos de banqueros o bancarios, nunca en las de especialistas en
bailarle el agua al votante.
Lo dilapidaron
con tanta prodigalidad como los apretones de mano para que, como premio a su
simpatía y confiados en su inexistente condición de banqueros, los electores
les dieran sus votos.
Y es que los
políticos no sirven para nada aunque se empeñen en servir para todo.
Mal está que
politicen la sanidad, la educación, la administración de justicia, el flujo de
noticias o los espectáculos cinematográficos y taurinos.
Pero el manejo
del dinero ajeno debería quedar, como la chusca experiencia de las Cajas de
Ahorro ha demostrado, en manos de profesionales de las Banca.
Y que los políticos
hagan lo que tan bien saben hacer: cotorrear unos contra otros y obedecer a sus
jefes repitiendo lo que sus jefes digan.
Lo que hacían
los actores zarzueleros, que tan bien se bandeaban en las viejas corralas de la
España Eterna.
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