Se califica de
populista la ideología sobre la que, como si fuera un pedestal, imparte
doctrina Podemos, esa turbamulta descorbatada que quiere entronizar al pueblo
siempre arrodillado para que se arrodillen los que hasta ahora adoraban.
Y, a lo mejor,
la doctrina que predican para conseguir lo que pretenden demuestra su eficacia.
Pero, por la
forma de predicar su catecismo a los que pretenden que los voten Podemos es,
más que un partido populista, populachista.
En las maneras
de acelerar su revolución todavía pendiente están siendo poco originales porque
los de Podemos coinciden en el fondo y en la forma con todos los
revolucionarios que los precedieron.
Quieren
quitarle el poder a los que ahora lo tienen para que los que mandan pasen a
obedecerlos cuando su revolución se imponga.
Como los que
los antecedieron, los revolucionarios de Podemos también han empezado su tarea
reemplazando el atuendo indumentario de los que han mandado antes que ellos
para inducirlos a que su aspecto anterior se acomode al desaliño puesto de moda
por los revolucionarios.
Un burgués
decadente suele ser en ésta y en todas las épocas, un tipo atildado, bien
lavado y perfumado, embutido en ropajes convencionales confeccionados por los
mejores sastres, y dejando por donde pasan el discreto olor de un perfume sutil.
(La Revolución
por antonomasia, la francesa, la encabezaron los que, al contrario de los que
entonces mandaban y que iban a la moda porque vestían cullottes (la parte alta
de un calzón hasta las rodillas, ceñido con una cinta), para recuperar la
antigua prenda, calzón amplio hasta los tobillos.
Aquella
revolución, madrastra de todas las que después la siguieron, se conoce por la
revolución de los “sans culottes”, la de los que recuperaron el pantalón que
los decadentes burgueses habían menospreciado.
La de Podemos,
si es que se impone, será la revolución de los “sans savon”, los que el jabón
lo emplean para dárselo a los chaves que los patrocinen, pero no para lavarse.
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