Definitivamente,
ese Trump es un político diferente de sus colegas de oficio.
La injusta
historia, que gracias a un poeta oportunista hizo a un bandolero como El Cid el
ejemplo de una raza, lo dirá.
Pero por cómo
actúa desde que es presidente de los
Estados Unidos, está demostrando que el cargo lo ha alcanzado para servirse de
él, no para servir al cargo.
Un suponer: por
lo que se ha dicho y escrito hasta la saciedad, al ciudadano Trump anterior al
presidente Trump lo atraían más que gustarle las señoras bonitas de cara y
opulentas de formas.
¿Ha amoldado
sus gustos anteriores a los adecuados a un presidente en ejercicio, que debe
ser cortés y gentil tanto con las guapas como con las feas, lo mismo con las
flacas que con las gordas?.
Es a lo que los
del oficio actual de Trump nos tienen acostumbrados.
Poco ha habido
que esperar para resolver ese misterio:
Acaba de
visitar a Trump en su Casa Blanca, y
entrando por la entrada principal y no por la puertecita lateral por la
que yo estuve entrando diariamente durante dos años y medio, la canciller
alemana Angela Merkel.
Definitivamente,
ni es bonita de cara ni opulenta de formas, por lo que extrañaría que al ya
presidente de los Estados Unidos se le alegrara la pajarilla al verla.
Y la prensa
canalla, esos entrometidos buenos para nada y malos para todo que son los
periodistas, tentaron a Trump alentándolo a que diera la mano a su visitante
para sacarles un retrato en ese gesto amistoso.
Y Trump, que
por ser presidente de los Estados Unidos ha demostrado que es más listo que el
más sagaz de los que habían ido allí para intentar que les conteste a lo que
ellos quieran saber, se quedó impávido, como si la invitación al apretón de
manos hubiera sido el soplo del viento, el aleteo de una mosca.
“A otro perro
con ese hueso”, debió pensar Trump cuando ignoró el hueso poco apetitoso para
su gusto que los periodistas le echaron.
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