Si los
sindicatos que hoy han sacado a los trabajadores a las calles españolas sirvieran
para lo que dicen que sirven, sus mandamases no serían gerentes discretos y no comediantes populacheros.
Dicen que los
sindicatos defienden los intereses de los trabajadores así, en abstracto,
Es como si un
bufete de abogados prometiera asistencia legal a todos los quejosos, paguen o
no la cuota convenida bilateralmente para que los letrados resuelvan el
problema del cliente.
No es raro, por
ejemplo, que el mismo sindicato que representa a los trabajadores del transporte
de mercancías que exigen mayor salario, defienda simultáneamente a los de la
empresa que las elabora y a los que las distribuyen.
El aumento del
costo salarial de la primera de las tres empresas repercutiría en las otras dos
y hasta podría determinar sus cierres.
¿Debe el mismo
sindicato representar a sus afiliados de una empresa y perjudicar a los de
otras que también pagan su cuota como elaboradores y distribuidores del material
que llevan los transportistas?
Denunciar el
tinglado sindical tal como está montado en España no es lo mismo que ser
antisindicalista.
Al contrario:
deberían poder operar tantos sindicatos como cumplan los requisitos administrativos
que se exigen para la constitución de un
bufete de abogados.
Y que entre
ellos compitan en eficacia y tarifas por atraer a los que requieran sus
servicios.
Pero, del
gobierno, que no esperen ni saquen ni un duro.
Eso sería
libertad sindical.
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