Cuenta Juan el Evangelista que Jesús
Resucitado les anunció un día a sus discípulos
que pronto los dejaría pero, para que los ayudara y aconsejara, dejaría
un paráclito, un consejero.
Se suele relacionar a ese
consejero con el Espíritu Santo que, representado como una paloma blanca con
las alas desplegadas, sobrevuela, guía y aconseja a los hombres sobre todo lo
humano y lo divino.
Si una comunidad espiritual
necesita un paráclito, ¿por qué no va a ser más imprescindible todavía en una
comunidad municipal?
Alguien que, con paciente disposición,
enseñe a los electricistas a reparar averías, aconseje a los jardineros sobre
la plantación de magnolias o corrija a los periodistas su manera de informar
sobre las actividades municipales.
El paráclito municipal, como ser
ultranatural, ni duerme ni descansa. Mientras duerme sueña la forma en la que
al día siguiente instruirá a los naranjeros, aleccionará a los comerciantes,
corregirá a los barrenderos.
Nada que tenga que ver con el
bienestar del ser humano, sobre todo si es del pueblo que alcaldea, le es
ajeno.
De natural modesto, soporta con estoicidad posar para los fotógrafos,
aleccionar a los recolectores cómo deben cortar las naranjas para que el árbol
no sufra o aconsejar a los maestros de escuela sobre las últimas tendencias
didácticas.
Es, además, modesto: escucha con
educada aunque impaciente atención todas las sugerencias que les hagan aquellos
a los que no se las había pedido, pero la firmeza de su carácter le permite
desecharlas todas y hacer lo que desde el principio se había propuesto hacer.
Democracia dicen que es eso.
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