No cambiaria mi
ordenador por la pistola de ningún asesino profesional pero admito, como el
poeta muerto de pena en el exilio, que ni un seductor Mañara ni un Bradomin he
sido.
Y no por falta
de ganas, que conste.
No lo hago
porque, aunque no sea la de Antonio Machado, mi pluma es más noble que la
pistola de cualquier Lister.
Por lo menos
hasta ahora.
Porque, cada
vez con mayor estrépito, se oye el estentóreo bramido de los bueyes a los que
despeñan al precipicio que es la guerra, desde el saliente de la política.
Y es que este
medio siglo largo transcurrido desde que enmudecieron los cañones es demasiado
tiempo sin que los toros bramen ni los españoles se acuchillen.
¿Qué ha sido
siempre la política para los españoles
sino la algarabía precursora de ese momento en el que uno de los
discrepantes le echa las manos al gañote a su adversario para declararlo
enemigo?
Predestinados a
matar al enemigo que llevan dentro cuando los de genes de vencidos en
contiendas anteriores se rebelan contra los genes íntimos del vencedor, el
guerracivilismo periódico es el desahogo
esporádico de una raza atormentada.
La sociedad,
que es el resultado de la suma de individuos en permanente conflicto íntimo,
bulle permanentemente hasta que la presión la hace estallar.
Nueva guerra
civil y, al cabo de uno años, nuevo estallido para que escape el vapor
acumulado.
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