En aquellos tiempos
relativamente recientes anteriores a la arrolladora irrupción de la televisión,
la gente no se enganchaba como hoy a los folletones que son las series
televisadas modernas.
Como eran tan
antiguos, tenían que conformarse con los novelones por episodios radiados por
las emisoras, que tantos casos de deshidratación provocaron por el exceso de
lágrimas vertidas.
El resultado de lo
de antes era tan igual a lo de ahora porque el procedimiento para llegar al
torrente lacrimógeno era el mismo: el amor imposible y los ardides, trucos y
triquiñuelas para que el amor triunfe.
Como ahora.
Qué magnífica serie
de interminable número de capítulos podrían rodarse ahora si el ambiente del
duopolio de ricos y pobres de la sociedad de entonces se trasladara a la
multifacética diversidad de hoy.
Como tener o no
tener dinero era la barrera social antigua, en los novelones de antes los
protagonistas solían ser la hija única del amo del cortijo y el yuntero que se
gustaban, con agrado para ella y mosqueo para su padre.
Ahora que los
tractores han arrumbado a las mulas y los partidos políticos a los
terratenientes, la novela debería evolucionar para que sus protagonistas fueran
los actuales.
¿Y qué diferencia
tanto ahora a un segador del dueño del trigo que siega?
La que marca la
pertenencia a partidos políticos, en abierta competición o en temporal alianza
táctica para administrar el Estado, ese cortijo de 505.000 kilómetros
cuadrados que es España.
Tenemos dos y no una
protagonistas para que hagan el papel en la telenovela de la niña y heredera del
cortijo: Andrea Levy e Inés Arrimadas que no quisieran parcelar España, como
pretenden el marido de la segunda y el pretendiente de la primera.
En una discrepancia
condenada al fracaso porque la mujer es siempre superior al hombre, Inés y
Andrea Teresa se llevarán el gato al agua.
Seguro: lo vaticina
el padre de tres hijas.
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