Antiguamente,
la calle Portada que aquí se la conoce por calle Portá, marcaba la frontera
ideológica del pueblo: a su oeste votaban a las derechas y a su este a las
izquierdas.
Pues bien, a
las doce de la mañana, es decir a mediodía, recorrí los 50 metros que separan la farmacia de mi casa para que me
dieran tiras reactivas.
Marcaba el
termómetro 47 grados, centígrados naturalmente.
Y mientras el
mancebo me despachaba, me puse a
cavilar:
¿Qué
individuos que sean capaces de sobrevivir a temperaturas de hasta 50 grados (a
la mitad de lo que el agua hierve) necesitan los potingues que venden en las
farmacias?
¿Y dicen que
los vascos son fuertes y los andaluces enclenques?
Me traigo yo
aquí en verano al más bruto de los levantapiedras de Ondarribia y se le hernia
hasta el alma.
No es solo la
capacidad de aguantar temperaturas extremas lo que garantiza la superioridad
física y moral de los andaluces ni de los más vigorosos andaluces de Andalucía,
los de Palma del Rio.
Desde que el
Caudillo nos defraudó a todos los españoles al morirse, los socialistas que lo
criticaban de boquillas mandan en mi pueblo: son pues, y se lo tienen bien
ganado, los testaferros y herederos de
Franco.
Por eso,
amoldados a las tiranías de Franco y de los socialistas, que el termómetro marque
50 grados es una intrascendencia intrascendente.
¿Y la
sorprendente alegría de los de mi pueblo que, al morir en verano, suspiran de
alivio al comprobar que la temperatura del infierno es más benigna que la de Palma del Rio?
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