La de ecologista es una variedad urbana del
ser humano, empeñada en mantener tal como salió de fábrica a la naturaleza que,
según le han dicho, anda renqueando.
Se lo dijeron y lo sabe porque ha
presenciado las imágenes televisadas que evidencian la transformación en
sembrados de lo que habían sido zarzas y lentiscos.
Y, por si fuera poco, han tenido
que poner en medio del campo nada menos que centrales nucleares.
Los ecologistas se enrebañan en
metrópolis abigarradas, en las que se generan los residuos que tanto les
preocupan, porque afectan al paisaje y al paisanaje de su exótica lejania.
Hasta centrales nucleares se
atreven a erigir en medio del campo.
Como urbanita de chicha y nabo
que somos los que vivimos en las metrópolis en miniatura que son los pueblos, me
contagió la alarma que propagaban unos ecologistas desde una emisora de la
cadena SER, naturalmente instalada en uno de los últimos pisos de un
rascacielos metropolitano.
Desde un lugar como ese, y uno lo
sabe por propia experiencia, el conjunto prevalece sobre las partes que lo
forman.
¿Que la contaminación en la gran
ciudad no te permite percibir lo que circule por las aceras?
Mejor adelantar el reloj del
tiempo para advertir a los que vivan en la todavía impoluta atmósfera de
pueblos y aldeas que se alegren de que les hayan cerrado la central nuclear que
funcionaba en su vecindad.
En eso consistió el programa
radiado por la SER: un intento concertado por locutora y ecologistas para
convencer a la alcaldesa del pueblo de la central cerrada de la buena suerte
que habían tenido con su clausura.
Ante todo por el pánico del que
se habían librado, del miedo que los aterrorizaba mientras estuvo funcionando la
central nuclear de Garoña.
Pilar González, la alcaldesa del
lugar, concedió que, en efecto, la aprehensión de la gente de su pueblo y su
comarca era perceptible cuando ocurría un incidente en centrales nucleares de
algún país remoto pero que después de esos ocasionales sucesos, se reanudaba la
convivencia que asociaba a vecinos y central.
La alcaldesa, que vive en la zona
de la central, insistió en que su miedo y el de la población era, realmente,
qué pasaría en su pueblo y su región cuando la central se desmantele.
Los ecologistas radiofónicos de
la SER no se podían creer que la alcaldesa tuviera más preocupación por el
desmantelamiento de la central que por la continuación de su funcionamiento.
La conclusión es clara: como los
ecologistas de Madrid saben mejor que los habitantes de Garoña lo que les
conviene y los hace felices, que los que se queden sin trabajo en Garoña
desempeñen el trabajo de los que los aconsejan desde Madrid y los ecologistas de Madrid se vayan a vivir a
Garoña.
Cada ecologista procedente de
Madrid con sus flautas y pitos de caña, naturalmente.
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