Puede que, si
no la más grave, la de la compra del rancho en la antesierra madrileña haya
sido la cagada más apestosa de la carrera política de Pablo Iglesias e Irene Montero, su consorte
porque comparten suerte y responsabilidades políticas y familiares.
No es que,
siendo el azote de ricos y faro de pobres deberían haber evitado comprar el
aparatoso rancho que han comprado, en un barrio donde el costo de las viviendas
es el más eficaz apartheid contra los pobres.
En política, el
sector económico laboral en el que ambos medran, es menos determinante conseguir
objetivos que la manera de alcanzarlos.
Un suponer:
Pablo e Irene, que se ganan la vida amargando las vidas de los ricos, actúan
como ellos acumulando capital para su provecho personal, en lugar de confiar en
el Estado para que les proporcione lo que necesitan y cuando lo necesiten.
En concreto, todavía
están a tiempo de:
a) Proponer a
los dirigentes de Podemos, a sabiendas de que aprobarán lo que les propongan,
que el partido sea el que se haga cargo de la compra y mantenimiento de la
finca adquirida por su líder y su colideresa.
b) El partido,
con fondos recaudados entre sus militantes, se comprometerá a mantener las
condiciones de apariencia, habitabilidad y comodidad de la residencia del
líder.
c) Todos los
gastos que genere el mantenimiento de la buena apariencia, dignidad,
habitabilidad y comodidad de la residencia oficial del líder los solventará el
partido con fondos procedentes de las cuotas de militancia o aportaciones
extraordinarias.
d) El partido
garantiza a Pablo Iglesias la perpetuidad de su liderazgo para evitar que la
sensación de provisionalidad por la relación directa entre su condición de
máximo dirigente de Podemos y el disfrute de la residencia merme la eficacia de
su gestión.
“Si el Estado al
que aspiramos satisfará todas las necesidades de los ciudadanos, también debe
disponer de todos los recursos materiales y humanos de la nación para
posibilitar su promesa”, explicó el connotado analista que funge como mero mero
de un programa televisivo y que se llama
algo así como “todos los rojos son unos vivos”.
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