Es uno de aquellos
soberanos de los que sus apestosos gregüescos eran una segunda epidermis, sin
la que parecerían conejos despellejados.
Donde ellos se
encontraran estaba la soberanía de la nación que les pertenecía.
Eran tiempos
lamentablemente idos y de los que, por suerte, los claros clarines anuncian su
retorno,
Eran soberanos
porque se reconocía su soberanía allá donde sus firmes pies pisaran la tierra,
polvorienta o enfangada.
En un momento
aciago de la Historia, un vendaval de enajenación colectiva trastocó las mentes
de los hombres como preludio del designio de los dioses, y les dio por pregonar
que todos somos iguales.
¡Como si no estuviera
demostrado que mientras al Pepín de la María le gusta el vino, a su hermano gemelo Toñin lo pirra el aguardiente!
¿Y a qué viene
tanta divagación?
Pues viene a
que a un tal Torra lo han elegido (por los pelos, pero lo han elegido)
presidente de Cataluña y lo primero que va a hacer es ir a rendir visita de
pleitesía (nada menos que a Berlin, que
ya se ha remozado desde que los rusos le dejamos hecha escombros) a un tal
Carlos Puigdemont (Pico del Cerro) que anda por allí porque dice que es una
ciudad la mar de barata para vivir.
--Hombre, a
algo más irá.
Pues si.
Dicen que, en
realidad, va a darle garantías de que procurara perfumarle lo menos posible el
sillón presidencial para que, cuando a Puigdemont se le ocurra volver, no se
lleve una sorpresa desagradable al aposentar sus posaderas donde previamente
rebullirán las de su servidor Torra.
Gente educada. Así da gusto.
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