La libertad,
si bien se mira, es como el agua para el vino.
Mientras más
se agüe el vino, mas sabor pierde.
Dicen los
afortunados que han sobrevivido a esa experiencia que el instante que vivieron
más intensamente fue aquel en el que creyeron que perderían la vida.
Por eso los
fascistas seguimos la recomendación de Gabriele D,Annunzio e intentamos vivir
peligrosamente, con los genitales en las amígdalas.
Mientras menos
peligro corra el que diga lo que quiere, menos valor tiene lo que diga.
Así que cuando
llegue el que ha de limitar la libertad y
al que esperamos con ansia, sabremos qué es verdad y qué es mentira.
(En estos
tiempos que corren desde antes de 1975, la gente dice lo que quiere sin temor a
que le pase algo malo, porque es igual decir ocho que ochenta).
Solo el temor
a las consecuencias de lo que se diga acicata la veracidad.
Si el que
mintiera y se demostrara que mintió fuera condenado a morir a pedradas, la gente
se tentaría la ropa antes de decir que quieren ser diputados para servir al
pueblo.
Sería ese un
mundo mucho más honesto que el actual que se basa en la mentira, pero hay que
reconocer que sería mucho más aburrido.
¡Qué monotonía
de vida sería una vida sin sospechas, sin maledicencias, sin mentiras!
Como la de los
ángeles antes de que Luzbel se rebelara contra la servidumbre a la que nació
condenado, todo el día tocando la cítara
y la lira.
¡Con lo
entretenido que es tocar los testes, que es como se llama a lo que las gallinas
ponen y se comen fritos…!
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